Firmes en medio de una sociedad inmoral

Es a partir del ejemplo y no únicamente de las palabras, como ejercemos una influencia transformadora en medio de la sociedad en la que nos desenvolvemos. No podemos ignorar que se trata de una sociedad sin principios ni valores.


Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial


Resulta lamentable, pero conforme la humanidad avanza en conocimiento, retrocede en moralidad. Puede que no lo haya pensado así, pero al mirar los diarios, comprobará que estos últimos tiempos son de decadencia moral. Nada parece llevar a reflexionar a sinnúmero de personas que llaman desarrollo a esa forma de pensar equivocada y decadente.

Aumentaron los divorcios, el adulterio, las perversiones en todas sus manifestaciones, ha tomado fuerza la retorcida ideología de género, al tiempo que hay una avanzada homosexual cada día más fortalecida.

Frente a esta situación, el cristiano que vive al amparo de la gracia de Dios, debe marcar la diferencia. De esta manera acogemos la recomendación del apóstol Pablo:

“Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios… Porque pueden estar seguros de que nadie que sea inmoral o impuro o avaro —es decir, idólatra— tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.” (Efesios 5: 3, 5 | NVI)

La inmoralidad daña nuestra vida familiar, nos contamina, pone en riesgo la salud, afrenta la maravillosa gracia que hemos recibido y, además, nos separa de Dios, el autor de la vida, quien nos mantiene en victoria.

Tenga presente que las indulgencias sexuales—cediendo a la tentación per los placeres– y la autogratificación, son características de quien todavía se mueve en el marco de una vida pagana, y están en contraposición con la actitud de sacrificio y gratitud que debe ocupar al creyente en Cristo.

El cristiano tiene su mente en otras cosas mucho más altas y muchas razones por las que dar gracias, incluyendo el sexo debidamente disfrutado dentro del contexto que Dios ordenó. Por esta razón el sexo no debe ser el objeto de bromas ni chistes imprudentes.

Pablo no está condenando el sexo como algo malo; pero sí está condenando los pensamientos malos, las actitudes incorrectas y los deseos sexuales desordenados.

¿Ha caído usted en las redes de la inmoralidad? ¿Quizá ha sido infiel o incurre de manera recurrente en prácticas dañinas? Es posible escapar, pero no en sus fuerzas. Podrá vencer si se afirma en la mano de Dios. Si cada vez que llega la tentación se apropia de Su gracia divina y le pide ayuda.

Solo de esta manera, en una dependencia permanente y fiel, podrá salir airoso de las condiciones propicias para pecar.

UN TESTIMONIO PODEROSO COMIENZA CON LAS PALABRAS

No basta con vestir bien, caminar apropiadamente, exhibir títulos académicos o usar—quizá—prendas de joyería para mostrar quiénes somos. La forma como nos expresamos, habla por sí misma. Pone en evidencia si, en efecto, estamos experimentando el proceso de transformación en nuestra forma de pensar y de actuar.

El apóstol Pablo abordó el asunto al escribir a los creyentes de Éfeso:

“Tampoco debe haber palabras indecentes, conversaciones necias ni chistes groseros, todo lo cual está fuera de lugar; haya más bien acción de gracias.  Que nadie los engañe con argumentaciones vanas, porque por esto viene el castigo de Dios sobre los que viven en la desobediencia. Así que no se hagan cómplices de ellos.” (Efesios 5: 4, 6, 7 | NVI)

Nuestro amado Dios y Salvador Jesucristo abordó el asunto cuando dijo:

«Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado.» (Mateo 12: 36 | NVI)

Ahora bien, ¿qué de las personas malhabladas que han sido formadas en hogares donde hablar groseramente era costumbre? ¿Acaso deja de amarlas Dios?

Por supuesto que no. Sin embargo, cuando descubrimos los errores en los que incurrimos, que incluyen hablar descuidadamente, es necesario disponernos a cambiar, con ayuda del Señor.

No hay persona, por más indecente que parezca, que no pueda cambiar si se apropia de la gracia de Dios.

¿QUÉ DE AQUÉL QUE SIGUE EN SUS ACTORES INMORALES?

Muchas personas profesan ser creyentes. Sin embargo, sus acciones distan mucho de serlo.

Quien continúa cometiendo actos inmorales, impuros y licenciosos no puede tener herencia en el reino de Cristo y de Dios. Además, los deseos licenciosos están en el terreno de la idolatría. ¿Por qué motivo? Porque para muchas personas el sexo y todo lo que se le relaciona, está ligado a la adoración, a la idolatría. Llega a controlar sus mentes y sus acciones.

Continuar en estas prácticas es evidencia de que uno no ha conocido a Cristo, y el que no conoce a Cristo, no puede tener herencia en él.

Si en la antigüedad las prácticas inmorales fueron destructivas para pueblos enteros, lo son hoy para la sociedad. Se difunden a través de los medios tecnológicos y han tomado una fuerza inusitada.

DE LA OSCURIDAD A LA LUZ

Es previsible que donde haya cristianos, el ambiente cambie. Bien sea a nivel social, laboral, eclesial o familiar.

¿Las razones? Podríamos orientarla en dos sentidos: la transformación progresiva que se produce en las personas por la gracia de Dios y la influencia que ejercen los creyentes entre quienes les rodean, como consecuencia de los principios valores que alimentan su forma de pensar y de actuar.

En esa dirección, el apóstol Pablo anota:

“Porque ustedes antes eran oscuridad y ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y comprueben lo que agrada al Señor.” (Efesios 5: 8-10 | NVI)

Apropiarnos de la gracia va de la mano con la decisión de vivir en consonancia con nuestra nueva ciudadanía, que toma como fundamento el que ahora somos hijos de Dios. No por merecimiento, sino por la obra de Jesús en la cruz.

El teólogo, Baxter Kruger, anota lo siguiente:

“… la salvación es por la gracia soberana de Dios y solo por ella. Nada de lo que un pecador perdido, degenerado y espiritualmente pueda hacer, contribuirá de manera alguna a la salvación.  La fe que salva, el arrepentimiento, dedicación y obediencia son obras divinas, escritas por el Espíritu Santo en el corazón de todos los salvos. La salvación planta la raíz que produce con toda seguridad el fruto.”

Por su parte el autor y teólogo, Matthew Henry , anota lo siguiente:

“Las sucias concupiscencias deben arrancarse de raíz. Hay que temer y abandonar esos pecados. Estas no son sólo advertencias contra los actos groseros de pecado, sino contra lo que algunos toman a la ligera. Pero estas cosas distan tanto de ser provechosas, que contaminan y envenenan a los oyentes. Nuestro júbilo debiera notarse como corresponde a los cristianos al dar gloria a Dios. El hombre codicioso hace un dios de su dinero; pone en los bienes mundanos su esperanza, confianza y delicia, las que sólo debieran estar en Dios. Los que caen en la concupiscencia de la carne o en el amor al mundo, no pertenecen al reino de la gracia, ni irán al reino de la gloria.”

Si damos pasos sólidos en el proceso de cambio, es porque la gracia de Dios que nos alcanzó y hemos dispuesto el corazón para avanzar día a día en el proceso. No hay otra razón.

Ahora, consideremos otro asunto: sinnúmero de personas alrededor nuestro están atentas a nuestras acciones. Una forma de ganarlas para Cristo, es permitiendo que el Cristo de poder que nos redimió, nos transforme como sólo Él sabe hacerlo.

NO TEMA RECONOCER SU PASADO

Cristhian por mucho tiempo fue reconocido como un hombre probo, amoroso de su familia, comprometido con el trabajo. Alguien digno de imitar, en criterio de quienes lo conocían.

Sin embargo, cuando menos lo esperaban, fue sorprendido por una auditoría externa que llegó a la textilería donde laboraba. Se descubrió que estaba haciendo fraude.  En medio de su desesperación, acusó a quien—se confirmó—era su amante.

Todo terminó en despido laboral, demanda penal y ruptura matrimonial.

Hechos donde las obras de las tinieblas salen a la luz, abundan en nuestra sociedad. Para muchos, se ha convertido en algo normal.

Su perspectiva se alimenta de los antivalores que les asisten en su forma de pensar y de actuar.

Si participamos con el prójimo en sus pecados, debemos esperar una participación en sus plagas. El hombre bueno debe avergonzarse de hablar de lo que a muchos impíos no avergüenza hacer. No sólo debemos tener la noción y la visión de que el pecado es pecado y vergonzoso en alguna medida, pero hemos de entenderlo como violación a los principios de Dios.

En un contexto así, es fácil entender las Escrituras cuando el apóstol Pablo advierte:

“No tengan nada que ver con las obras infructuosas de la oscuridad, sino más bien denúncienlas, porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto. Pero todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible, porque la luz es lo que hace que todo sea visible. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo».” (Efesios 5: 11- 14 | NVI)

En esa dirección, debemos cuidar nuestros pasos. Si nos conducimos con descuido, Satanás tomará ventaja y nos llevará a una trampa, de la que difícilmente podremos salir, salvo cuando haya ocurrido la catástrofe moral y, aún, de carácter familiar.

Una forma eficaz de mantenernos alerta, es en oración, dependiendo en todo momento de nuestro Padre celestial. Él nos asegura la victoria.

Hay, sin embargo, otra alternativa. Reconocer el error, arrepentirnos y pedir el perdón de Dios.

Permítanos nuevamente citar a Matthew Henry, cuando escribe:

“Cuando los transgresores más viles se arrepienten y creen el evangelio, llegan a ser hijos de obediencia de los cuales se aparta la ira de Dios. ¿Osaremos tomar a la ligera lo que provoca la ira de Dios? Los pecadores, como hombres en tinieblas, van a donde no saben que van, y hacen lo que no saben, pero la gracia de Dios obra un cambio tremendo en las almas de muchos. Andan como hijos de luz, como teniendo conocimiento y santidad. Las obras de las tinieblas son infructuosas, cualquiera sea el provecho del que se jacten, porque terminan en la destrucción del pecador impenitente. Hay muchas maneras de inducir o de participar en los pecados ajenos: felicitando, aconsejando, consintiendo u ocultando.”

El curso de nuestra historia en todas las áreas puede cambiar. Es esencian que nos rindamos a Dios para avanzar en el camino apropiado.

LA IMPORTANCIA DE REVISAR NUESTRA VIDA

Está probando que la mejor forma de ejercer una influencia transformadora, es a través del ejemplo. Predicar con los hechos más que con las palabras, resulta impactante y deja huellas que permanecen en el tiempo.

Por ese motivo, caminando en la gracia de Dios, es importante que hagamos un alto en el camino cada día y nos evaluemos. Sin duda, el Espíritu Santo nos revelará dónde debemos hacer ajustes.

Es aquí donde cobra especial importancia la recomendación del apóstol Pablo:

“Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos.” (Efesios 5: 15, 16 | NVI)

Hay momentos en los que, por los afanes de la cotidianidad, incurrimos en equívocos en nuestro trato con las personas—comenzando por nuestro círculo más cercano que es la familia—y seguimos como si nada hubiese ocurrido.

En esa dirección, es necesario revisarnos e imprimir cambios en nuestra forma de pensar y actuar, no en nuestras fuerzas, sino con ayuda del Señor.

SER CUIDADOSOS EN TODOS LOS DETALLES

Cuando nos acogemos a la gracia divina y emprendemos una nueva vida, ese nuevo caminar debe estar en consonancia con las pautas trazadas para el pueblo de Dios, que enseñó claramente el Señor Jesús durante su ministerio terrenal.

Permítame citar al teólogo y expositor, John MacArthur, cuando escribe:

“Estoy seguro de que ninguno puede ser salvo si no desea obedecer a Cristo o si conscientemente se rebela contra su señorío. La señal de la verdadera salvación siempre da como resultado un corazón que sabe y siente su responsabilidad de responder a la realidad del señorío de Cristo.”

Caminar con Jesús no es otra cosa que someternos a su señoría y permitir la obra transformadora que produce en nosotros.

El apóstol Pablo interviene en el asunto y anota lo siguiente:

“Por tanto, no sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu. Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Efesios 5: 17-20 | NVI)

Crecemos en el conocimiento de Dios cuando nos alineamos a Su voluntad, es decir, pensamos y nos movemos de acuerdo a lo que aprendemos de Sus enseñanzas.

Hacerlo es dar pasos sólidos hacia el cambio y crecimiento, que hemos anhelado siempre. El Espíritu Santo nos guía en el paso a paso cada día. Todo como consecuencia de no esforzarnos, sino depender del Señor.

Desconozco cuál sea su relación con el Padre celestial, pero no puedo cerrar este capítulo sin antes invitarle para que se apropie de la gracia de Dios y experimente la nueva vida, de realización plena, que alcanzamos en Él.


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