¿Por qué temerle a la muerte?

Dios nos rescata en medio de las crisis.

“… tampoco me asusta la muerte, por eso soy un hombre libre” (Luc, monje protagonista durante la película “De dioses y hombres”)


No deberíamos temerle a la muerte; sin embargo, la mayoría de las personas temen morir. Aspirar vivir mucho tiempo y el solo pensar que hoy podrían partir a la eternidad, les aterroriza.

¿Deberíamos temer a morir? ¿Por qué nos da miedo morir? Voy a responderle a estos dos grandes interrogantes después de compartirle esta historia real.

La historia de los monjes católicos trapenses de Tibhirine, Argelia, es un testimonio conmovedor de la fe inquebrantable en medio de la adversidad.

Estos hombres de Dios, viviendo en una tierra azotada por la violencia, en Argelia, eligieron quedarse, aunque les advirtieron que salieran por lo grave de la guerra civil entre fuerzas gobiernistas y guerrilleros islamistas.

ENTREGADOS AL SERVICIO A DIOS

Los siete monjes trapenses se quedaron en la región en guerra, no por arrogancia o heroísmo, sino por una profunda convicción de que su lugar estaba allí, al lado de sus vecinos musulmanes.

Su monasterio, situado en la región del Atlas, se convirtió en un faro de esperanza y caridad. En un mundo desgarrado por el odio, ellos sembraron el amor.

Alrededor de su lugar, la comunidad experimentó desarrollo. Los servían e, incluso, les brindaban atención médica.

Entendieron y asumieron el llamado de Jesús:

“Mientras Jesús caminaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés, que estaban echando la red al agua, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo haré de ustedes pescadores de hombres.»  Ellos entonces, dejando al instante las redes, lo siguieron.” (Mateo 4: 18-20 | RVC)

La decisión de permanecer, aun cuando el peligro se volvía cada vez más inminente, no fue un acto temerario, sino una entrega total a la voluntad de Dios.

Su confianza no estaba puesta en la seguridad de este mundo, sino en la gracia divina que les permitía vivir en paz, incluso ante la amenaza de la muerte.

LA ORACIÓN, FUENTE DE FORTALEZA

El martirio de estos monjes a manos de la insurgencia islámica, es el clímax de una vida de entrega.

A pesar de los miedos y las dudas, que seguramente sintieron, su fidelidad a la llamada de Dios no flaqueó.

Comprendieron y vivenciaron lo que escribió el apóstol Santiago:

Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es muy poderosa y efectiva.” (Santiago 5: 16 | RVC)

La oración se convirtió en su fortaleza, y la vida comunitaria, en su refugio.

Al igual que Cristo en el huerto de Getsemaní, ellos afrontaron la angustia, pero encontraron en la fe la fuerza para aceptar el camino que les esperaba.

Su sacrificio no fue en vano; su sangre derramada ha sido semilla de fe para muchos, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

Ellos nos enseñan que la verdadera confianza en Dios se manifiesta cuando, despojados de todo, lo único que nos queda es la certeza de su amor y su gracia.

UNA LECCIÓN DE FE

En la historia de estos monjes de Tibhirine encontramos una poderosa lección de cómo la fe y la confianza en Dios pueden transformarnos.

En un mundo donde la seguridad se busca en las posesiones, el poder o la fama, ellos nos recuerdan que la verdadera paz se halla en la entrega total a la providencia divina.

Conocieron la profundidad de lo que enseñó nuestro Salvador Jesucristo:

“Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.” (Mateo 6: 33 | RVC)

La gracia de Dios no nos promete una vida libre de sufrimiento, sino la fortaleza para atravesar las tormentas.

Que la vida de estos siervos de Dios nos inspire a confiar, con la misma sencillez y determinación, en que la voluntad de Dios, aunque a veces incomprensible, es siempre un camino de vida y de redención.

ACÓJASE A LA GRACIA DE DIOS

¿Por qué le tememos a la muerte? En gran medida, porque tememos estar frente a Dios.

¿Por qué tememos estar frente a Dios? Por el pecado del que, íntimamente, somos conscientes. A lo largo de nuestra vida hemos acumulado mucha maldad. Algunos equívocos deliberados, otros de manera inconsciente.

Sin embargo, hay una buena noticia de la que casi no nos han hablado. Me refiero a la gracia de Dios.

Cuando estamos a cuenta con nuestro amoroso Padre, no le tememos a la muerte:

“Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Juan 11: 25 | RVC)

Es algo maravilloso. Por gracia, Dios perdona todos nuestros pecados. Ha leído bien, todos.

Y esa gracia divina está disponible para todos. Sí, también lo ha leído bien. La gracia de Dios está a su disposición, indiferente de si ha pecado mucho.

Es cierto, usted y yo deberíamos haber muerto por nuestros pecados. Sin embargo, el Señor Jesús fue a la cruz por nosotros. Pagó nuestro precio. Por su sangre preciosa, nos limpió de toda maldad y nos presentó delante del Padre celestial como hombres y mujeres justos y santos.

Acójase a la gracia, reciba a Jesús en su corazón.


Fernando Alexis Jiménez sirve a Dios en la Misión Edificando Familias Sólidas. Transmite el Programa Vida Familiar y, desde el 2016, dirige el Instituto Bíblico Ministerial.