La gracia de Dios está ligada a Su amor por la humanidad

Dios perdona nuestros pecados y nos ofrece una nueva oportunidad, no porque lo merezcamos, sino por Su gracia infinita; por el amor que tiene para con la humanidad.

Dios perdona nuestros pecados y nos ofrece una nueva oportunidad, no porque lo merezcamos, sino por Su gracia infinita; por el amor que tiene para con la humanidad.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


Rais Bhuiyan marcó un capítulo especial en la historia de la humanidad. No es científico, inventor ni ejerce alguna otra profesión que le lleve a sobresalir. Salió del anonimato cuando perdonó a Mark Stroman, quien intentó matarlo al disparar sobre su rosto con una escopeta de dos cañones, a metro y medio de distancia.

La descripción que hizo del incidente fue sobrecogedora:

Miré hacia abajo y vi que la sangre corría como de una fuente abierta. Puse una mano en la cabeza como para que mi cerebro no se fuera a salir.

Los hechos ocurrieron en septiembre de 2001. Era el segundo musulmán víctima de Stroman, diez días después del atentado a las Torres Gemelas.

El autor del atentado –con un amplio prontuario delictivo– era miembro de la Hermandad Aria, que después del 9-11 se dedicó a buscar a musulmanes para matarlos y vengar su país. Escogía a sus víctimas por su color de piel y sus rasgos árabes.

Bhuiyan perdió la visión en el ojo derecho. No obstante, hubo tres cosas que nunca dejó ir: su sueño, su esperanza y su fe.

Rompiendo toda previsión, se dio a la tarea de salvar la vida de quien quiso asesinarlo. Buscó todos los medios para evitar que sufriera la pena de muerte. De hecho, lo visitó en la celda para expresarle que lo perdonaba. Sin embargo, el 20 de julio de 2011, Stroman murió por una inyección letal.

¿QUÉ LLEVA A ALGUIEN A PERDONAR AL AGRESOR?

La historia es real aun cuando parezca inverosímil. Despierta admiración, al tiempo que hay quienes consideran ilógico que se haya producido un hecho así, en medio de una sociedad en la que prevalecen los antivalores.

Cuando vamos a las Escrituras encontramos un relato que describe vívidamente la demostración del Señor Jesús por la humanidad: Él murió para perdonar nuestros pecados.

«Ahora, hermanos, quiero recordarles las buenas noticias que les prediqué, las mismas que recibieron y en las cuales se mantienen firmes. Mediante estas buenas noticias son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras.» (1 Corintios 15: 1-4 | NVI)

El profeta Isaías describe la dolorosa situación de nuestro Salvador Jesucristo:

«… No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable. Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento.  Todos evitaban mirarlo; fue despreciado y no lo estimamos.  Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios y humillado.  Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades.  Sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados.  Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros.  Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero, como oveja que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca… Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y, como él ofreció[a] su vida para obtener el perdón de pecados, verá su descendencia, prolongará sus días   y llevará a cabo la voluntad del Señor.» (Isaías 3: 2-7, 10 | NVI)

¿Debería Jesús cargar nuestros pecados? Por cierto, que no. Pero, de no haberse sacrificado, usted y yo estábamos condenados por la eternidad ya que las buenas obras jamás hubiesen hecho posible nuestra salvación.

Jamás será suficiente el espacio para anunciarle a las personas sin esperanza, que Jesús murió en la cruz para perdonar sus pecados y brindarles vida eterna. Es la manifestación de la gracia de Dios, de su infinito amor por todos nosotros.

El príncipe de los predicadores, Charles Spurgeon, escribió al respecto:

“No digan: ‘Es inútil predicar allá abajo o enviar misioneros a ese país incivilizado’. ¿Cómo lo sabes? ¿Es tierra muy seca? Ah, bueno, ese es un suelo esperanzador; Cristo es un ‘renuevo de la tierra seca’ y cuanto más haya para desanimarse, más deben animarse. Léanlo al revés. ¿Esta oscuro? Entonces todo está listo para un gran espectáculo de luz; la luz nunca parecerá tan brillante como cuando la noche es muy, muy oscura”.

Cuando experimentamos esa maravillosa gracia que viene de la mano con el perdón, nuestro anhelo sincero será que otras personas también sepan que tienen una oportunidad de cambiar y de crecer.

Jamás pierda de vista un hecho: su sacrificio fue por amor a la humanidad (Juan 3: 16). Aquí cabe recordar lo que escribe Charles Spurgeon:

Mi Señor sufrió como tú sufres, solo que más intensamente; porque nunca había herido su cuerpo ni su alma con ningún acto de exceso, como para quitarle el filo a su sensibilidad. El suyo fue el derramamiento de un alma completa en todas las fases del sufrimiento por las que pueden pasar las almas perfectas. Sintió el horror del pecado como nosotros, los que hemos pecado, no podemos sentirlo, y la visión del mal lo afligió mucho más que al más puro entre nosotros”.

Desconozco cuál sea su pasado en la pecaminosidad ni la situación que esté enfrentando hoy. Lo que sí puedo asegurarle que es hora de acogernos al perdón de Dios y, por Su gracia, emprender una nueva vida.

¿A QUÉ NOS LLAMA EL AMOR DE DIOS?

Si Dios perdonó nuestros pecados por amor, estamos llamados a expresar ese perdón con las personas que nos rodea, incluso, con aquellos que nos causan daño y dolor:

«Por tanto, imiten a Dios como hijos muy amados y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios.» (Efesios 5: 1, 2 | NVI)

Si Cristo nos amó, nosotros también debemos amar. Si Él se sacrificio, nuestro amor debe ser sacrificial, olvidando—por el poder de Dios—el mal que nos han hecho.

Aun cuando merecíamos morir por todos nuestros pecados y, aún hoy por las trasgresiones en las que seguimos incurriendo, el amor del Padre es más grande:

«Sin embargo, él les tuvo compasión; les perdonó su maldad y no los destruyó.  Una y otra vez contuvo su enojo y no se dejó llevar del todo por la ira.”. (Salmo 78: 38 | NVI)

El rey David lo expresó, en otros términos, más fáciles de entender, al hacer alusión al perdón y a la gracia divina:

“Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente.” (Salmo 103: 12 | NVI)

Pablo el apóstol a los gentiles, es decir aquellos que no tenían ninguna oportunidad, anota lo siguiente:

«Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación. Esto es, que, en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación.» (2 Corintios 5: 17-19 | NVI)

Al leer una y otra vez estos pasajes, no podemos menos que sentir gozo porque Dios nos ofrece la oportunidad de escribir las páginas en blanco de nuestra historia. Incluso quien se considere el más pecador, tiene delante de sí esa puerta de salida a la crisis que atraviesa.

Este es el momento oportuno para hacer un alto en el camino y apropiarnos de la gracia de Dios. ¡Una nueva vida nos espera!


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