Dedíquele tiempo a su cónyuge

¿Cuánto tiempo invierte en sus propias ocupaciones? ¿Cuánto de ese tiempo lo invierte en su cónyuge, escuchándole y prestándole atención? Al menos, la que merece. Hoy es un día para reflexionar.


Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial


Con la excusa de que la agenda en la oficina está muy apretada y que el cúmulo de compromisos cada vez es mayor, muchos hombres y mujeres descuidan a su cónyuge.

Le dan prelación al trabajo y llevan la relación a un segundo plano. Incluso, traen arrumes de papeles para diligenciarlos en casa. Su acción termina por desmoronar el matrimonio. Lo más probable es que el conflicto se desencadene en cualquier momento.

DESCUIDAR OTRAS ÁREAS

De la mano con el descuido a la pareja, va el hecho dejar de lado el contacto físico y sexual. Esa actitud termina por convertir la relación en algo monótono, sin sentido.

Otro factor importante son los hijos. Padre y madre se enfocan en ellos, con lo cual el matrimonio acaba de deteriorarse o, al menos, sus bases se resienten profundamente.

Un grupo de especialistas que estudió el tema, recomienda lo siguiente:

“En muchas ocasiones suele pasar que luego de ser padres toda la energía y las fuerzas las depositen en los hijos y se abandone poco a poco a la pareja. Se descargan todos los afectos sobre el hijo o los hijos para evitar afrontar una situación de desamor en la pareja o inconformismo con ella. Lo mejor es hablar abiertamente y buscar solución a los problemas que se tienen dentro o fuera de la alcoba.” (Agencia Colprensa. 20/09/2015)

Si deseamos que la relación marital se afiance, es importante hacer periódicas evaluaciones. Tomarnos el tiempo necesario para determinar en qué estamos fallando. Es un proceso que demanda sinceridad y al mismo tiempo, humildad. Ser sinceros para reconocer que sí hemos cometido errores, y humildad para disponernos a corregirlos.

LA PREEMINENCIA DEL AMOR

En la primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo pone de relieve el amor, sin el cual, ninguna relación matrimonial prospera:

“Tres cosas durarán para siempre: la fe, la esperanza y el amor; y la mayor de las tres es el amor.” (1 Corintios 13:13)

La vida de fe, nuestra relación con Jesucristo, tienen directa incidencia en la vida de hogar.

Si el Señor obra en nuestras vidas, trae cambios que permanecen en el tiempo. Produce transformaciones duraderas. Él es quien puede obrar sanidad en nuestro mundo interior, pero también, llevarnos a la modificación en nuestra forma de pensar y de actuar.

SER SINCEROS

Sumado a no descuidar la relación, está el hecho de sincerarnos con nuestro cónyuge.

Guardar en el corazón lo que nos inquieta o nos molesta, no contribuye a una edificación familiar, sino por el contrario, a su fraccionamiento progresivo.

Lo aconsejable es decir las cosas como las sentimos, desde luego, midiendo el alcance de nuestras palabras para no causar heridas emocionales a nuestra pareja o a los hijos.

Y finalmente, al menos en este punto, está el hecho de revisar y modificar una actitud sermoneadora. ¿La razón? No ayuda en absoluto a la relación. La cantaleta es el comienzo de incomodidades en el cónyuge, y en muchos casos, de discusiones.

Hablar, en todos los casos, es el mejor camino. Desahogarnos. Procurar llegar a acuerdos en el proceso de cambio en el que los dos están comprometidos.

APRÓPIESE DE LA GRACIA DE DIOS

Dios nos salva por Su gracia, no por nuestras obras o merecimientos. Es hora de creer, apropiarnos por fe de la gracia en respuesta a nuestro arrepentimiento sincero. Es el camino para emprender una nueva vida.


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