Volviendo a los fundamentos de una familia sólida

La búsqueda de soluciones a los problemas familiares quizá no ha dado resultado.  Nos estrellamos contra una enorme barrera de piedra porque luchamos en nuestras fuerzas. Es hora de volvernos a Dios.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


No cabe duda que los cambios de los últimos veinte años se han visto también reflejados en la vida familiar.  El anhelo de la pareja por unir habilidades, sueños, fortalezas y proyecciones y, de la mano con ese deseo, edificar hijos con principios y valores, ha ido modificándose. La llamada modernidad que deja de lado a Dios, afecta ese propósito maravilloso.

Hombres y mujeres jóvenes procuraban escoger muy bien a quien le acompañaría por el resto de sus vidas. Y permítanos enfatizar en dos expresiones “escoger muy bien” y “resto de la vida”. Lamentablemente pareciera que hoy día no se piensa ni en lo uno ni en lo otro. Median otros intereses como la atracción física, el sexo, el gusto por salir y por divertirse, entre otros.

TIEMPO DE REFLEXIONAR

Los problemas del “nuevo matrimonio”. El problema sale a la luz cuando la joven queda embarazada y el chico del que se enamoró, desea seguir con su vida libertina, quizá buscando otras experiencias. Y en caso que decida responder por ella, ante las primeras dificultades esgrime la temida frase: “Si no estás de acuerdo, separémonos.”

¿Cómo pueden criarse hijos sanos emocionalmente al interior de un hogar donde no hay principios y valores? ¿Acaso no enfrentarán traumas los hijos, cuando los padres consideran que los matrimonios son desechables para comenzar con otra persona una nueva experiencia?

Se acabaron las metas comunes. Los matrimonios establecidos en las décadas de los setenta y los ochenta tenían una premisa: trabajar en pos de metas comunes. Trabajar, ahorrar, comprar una casa, quizá un carro, ir de vacaciones cada año, asegurar la educación de los hijos y dejarles hacia futuro un modesto patrimonio.

Se establecía un presupuesto familiar, se aportaba en conjunto para atender las necesidades de la familia, ninguno pensaba “esto es mío” refiriéndose al dinero. Las cosas han cambiado. Cada cónyuge siente que lo de cada quien es de cada quien, que no hay nada en conjunto.

La sicóloga, Laura León Navia, analiza:

“Todo ha ido cambiando, y de manera radical. Para empezar, las parejas modernas solo se deciden por algún grado de formalización no solo después de muchos años de noviazgo, sino sobre todo, después de haber cumplido con un extenso recorrido de desarrollo personal y profesional y el derecho a desarrollar sus pasatiempos sin mayor interferencia… cuando deciden vivir juntos, ya saben realmente en quién se ha convertido su pareja.”(Revista Nueva. Diario El País. 11/26/16. Colombia. Pg. 20)

Algo está ocurriendo. Los matrimonios no duran lo que otrora. Y esa situación preocupa.

Cristo debe ocupar el primer lugar en la familia. Dos hechos inquietan. De un lado, tantos divorcios, y de otro, hijos sumidos en problemas que los llevan a una vida disipada, promiscuidad, drogas o alcohol, buscando llenar vacíos emocionales.

UNA SALIDA AL LABERINTO

La única forma de hallar una salida al laberinto, es permitiendo que Cristo ocupe el primer lugar en la familia. Es el único camino en una sociedad modernista que no quiere saber nada de principios y valores.

El apóstol Pablo escribió una recomendación valiosa a los cristianos del primer siglo y a nosotros hoy:

«Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama»(Efesios 5:25-28)

El apóstol Pedro por su parte, instruyó:

«Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo»(1 Pedro 3:7)

Si volvemos a los orígenes de todo, a los fundamentos de la familia sana, ésta decisión impactará positivamente a nuestros hijos. Será el primer paso para que se multipliquen, en lo sucesivo y por generaciones, familias sólidas, que sigan a Jesús y reconozcan a Dios como Padre y Señor. Es el principio de un cambio que necesitamos con urgencia.

A propósito, ¿ya recibió a Jesucristo como su único y suficiente Salvador? Hoy es el día para que lo haga. Él le permitirá experimentar cambios en su vida personal, espiritual y familiar.


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