Sirviendo en la proclamación de la gracia de Dios

Una forma de marcar la diferencia como cristianos, es asumiendo la tarea de proclamar el Evangelio de Salvación. Estamos llamados a servir. Es un elemento ineludible, que nos concita a compartir la salvación que hay en Cristo. ¿A quiénes? A todas las personas.

Una forma de marcar la diferencia como cristianos, es asumiendo la tarea de proclamar el Evangelio de Salvación. Estamos llamados a servir. Es un elemento ineludible, que nos concita a compartir la salvación que hay en Cristo. ¿A quiénes? A todas las personas.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


Cuando nos apropiamos de la gracia de Dios y pasamos de una muerte en vida a una vida plena en Cristo, asumimos un nuevo camino y, progresivamente, las nuevas actitudes que se derivan de pensar y miras las cosas desde la óptica del amor de Cristo.

El apóstol Pablo aborda el asunto en el capítulo 4 de la carta a los Efesios, con lo cual nos lleva a un auto análisis para responder a la pregunta: ¿Cómo anda nuestro testimonio cristiano?

Hay tres distintivos que van de la mano con nuestro nacimiento en la gracia:

  • Humildad
  • Mansedumbre
  • Tolerancia

Son pilares esenciales que nos permiten una sana convivencia a nivel personal, familiar y con las personas con las que interactuamos diariamente.

LOS CRISTIANOS MARCAN LA DIFERENCIA

La gracia de Dios trae perdón de pecados, libertad de conciencia y abre las puertas para emprender una nueva vida. Pero, ¿cómo debe ser esa nueva vida? ¿Cuáles son los distintivos? ¿Cómo avanzar hacia ese nuevo nivel al que estamos llamados?

Estos interrogantes y otros aspectos importantes para nuestra espiritualidad son abordados por el apóstol Pablo y arrojan luces acerca de cómo debemos reorientar la existencia.

DISPOSICIÓN PARA EL CAMBIO

Recibir el perdón de pecados es tanto como ser librados, por la gracia de Dios,  de una pesada carga que nos ha acompañado por muchos años, produciendo un peso insoportable que lastima la espalda.

Habiendo roto las cadenas por la obra de Jesús en la cruz, ¿viviremos igual que antes? Por supuesto que no. Ahora tenemos una nueva condición: somos hijos de Dios.

En ese orden de ideas, Pablo recomienda:

“Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido,  siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor.” (Efesios 4: 1, 2 | NVI)

De la mano con la decisión de caminar en consonancia con una existencia renovada, tenemos el desafío de crecer en al menos cinco fundamentos en el desenvolvimiento cotidiano:

  • Amor
  • Humildad
  • Mansedumbre
  • Tolerancia
  • Misericordia

Cuando este comportamiento renovado aflora en nuestras relaciones interpersonales, comenzando al interior de la familia, se torna evidente que nos movemos en el poder de Cristo y no en las fuerzas propias.

Eso es justamente lo que recomienda el apóstol:

“Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.  Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos.” (Efesios 4: 3-6 | NVI)

Ahora que somos nuevas criaturas, transformados por la gracia de Dios, nuestra forma de vivir cambia e impacta el entorno en el que nos desenvolvemos.

En la carta a los creyentes de Colosas, Pablo anota lo siguiente:

“Por lo tanto, como pueblo escogido de Dios, santo y amado, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.” (Colosenses 3: 12, 13 | NVI)

Perdonar a quien nos ha ofendido complementa el cuadro para pintar la vida con colores de armonía, como hijos de Dios y seguidores de Jesús que caminan en ese nuevo sendero.

EL TRATO INDIVIDUAL DE DIOS

La gracia de Dios fue concebida para toda la humanidad. Si embargo, el trato que nos prodiga es individual. En pocas palabras, Él trata con cada uno de nosotros de manera particular. Para Él somos importantes.

Una muestra fehaciente de esta verdad maravillosa la leemos en el siguiente pasaje:

“Pero a cada uno de nosotros se nos ha dado gracia en la medida en que Cristo ha repartido los dones. 8 Por esto dice: «Cuando ascendió a lo alto,  se llevó consigo a los cautivos y dio dones a los hombres». ¿Qué quiere decir eso de que «ascendió», sino que también descendió a las regiones bajas de la tierra?  El que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.” (Efesios 4: 7-10 | NVI)

Dios da a cada uno como quiere. Es una prerrogativa que le asiste como Creador, pero también, una demostración de un amor infinito.

Puede que pensemos que alguien no merece el perdón. No obstante, el Padre perdona y ofrece una nueva oportunidad porque, sencillamente, nos ama. No hay otra forma más práctica y sencilla de explicarlo.

LLAMADOS A SERVIRLE

Como seguidores del Señor Jesús tenemos un llamamiento ineludible a proclamar las buenas nuevas de Salvación.

Hay quienes comparten el evangelio desde sus redes sociales, a través de su testimonio de vida o entregando un modesto tratado evangelístico. ¡Dios utiliza medios insospechados para compartir Su gracia!

Y aun cuando parezcan muy sencillos, son instrumentos eficaces en Sus manos para abrir puertas encaminadas a enseñar el camino para ser salvos.

De hecho, por su gracia ha escogido a personas específicas para desempeñar una tarea en la extensión del Reino:

“Él mismo constituyó a unos como apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo.” (Efesios 4: 11, 12 | NVI)

¿Quiénes son los apóstoles hoy? No son quienes se auto proclaman o adquieren títulos académicos o teológicos. Los apóstoles de nuestros días son aquellos que plantan nuevas comunidades de creyentes. No se enfocan en construir una nueva denominación para recibir honra, sino que promocionan y establecen iglesias locales, en su mayoría pequeñas. Esto por supuesto no implica que estos grupos se queden así. Generalmente crecen.

¿Y los profetas? No son quienes se auto designan y andan proclamando siempre buenas cosas, poniendo pañitos de agua tibia sobre el pecado. Con esta actividad se ganan la admiración, aceptación y reconocimiento. Cuanto hacen, no honra a Dios; ellos se honran a sí mismos.

Los evangelistas son aquellos que no desperdician oportunidad para compartir la salvación que hay en Cristo. En la época moderna muchos de ellos hacen acopio de los medios tecnológicos como caja de resonancia a través de las cuales comparten las enseñanzas.

Por su parte, los pastores ministran a los miembros de la comunidad de creyentes. No esquilman la lana de las ovejas que tienen a cargo.

Por el contrario, se toman el trabajo de tratarlas con amor, preocupados por su salvación. Les comparten las enseñanzas de Cristo. Dios los utiliza para fundamentan en los creyentes una doctrina sólida. No especulaciones, emotividades o manipulación de los sentimientos, sino una auténtica fundamentación bíblica.

EL PROPÓSITO DE LOS MINISTERIOS

En primer lugar los ministerios honran a Dios y no a quienes los ejercen. ¿Cuál es el propósito? El apóstol Pablo lo deja claro:

“De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y las artimañas de quienes emplean métodos engañosos. Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro.” (Efesios 4: 13-16| NVI)

La labor que desarrollan se orienta a la edificación de los creyentes. Estos, a su vez, en algún momento desempeñarán un ministerio o servicio para Dios.

Hay dos aspectos relevantes: Lideran a la comunidad de creyentes para guiarlos hacia la unidad y, en segundo lugar, el crecimiento y la progresiva madurez espiritual.  La meta es avanzar siempre hacia un nuevo nivel.

Los ministros que sienten un auténtico llamamiento de Dios, no buscan ganancias, sino cumplir  con su vocación, en consonancia con la voluntad de Dios.

El crecimiento es progresivo. No en nuestras fuerzas, sino cuando avanzamos prendidos de la mano del Señor Jesucristo. La meta es el crecimiento personal, espiritual y, por supuesto, familiar.

EL CENTRO DE LA IGLESIA Y DE LA FE ES CRISTO

La iglesia no es un templo. La iglesia somos todos, llamados a vivir en la gracia de Dios. No obstante es necesario tener claro que si crecemos, es por Jesucristo. Él es la cabeza de todo y de todos. Vivir en la comunidad de creyentes tiene un propósito en concordancia con el plan eterno de Dios.

Insistimos: el crecimiento es en y por medio de Cristo. Él es el fundamento de nuestra espiritualidad. Unidos a Él experimentamos crecimiento. No en las propias fuerzas, sino en Su poder.

Atesore estas verdades en su corazón: Dios lo ama y no dejará de amarlo, aun cuando haya fallado y, en segundo lugar, Él desea llevarlo siempre a nuevos niveles de crecimiento personal, espiritual y familiar.

Aprópiese de la gracia de Dios. ¡Reciba a Jesucristo en su corazón!


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