Invitados a la fiesta rompiendo los protocolos

Al ser nacidos de nuevo, es posible hacer las buenas obras—no perfectas, por supuesto—que siempre deseamos, pero que nos resultaban imposibles porque dependíamos de nuestras propias fuerzas y no de Dios.

La gracia de Dios rompió todos los esquemas. Permitió que los pecadores recibiéramos perdón y, de paso, aseguráramos la vida eterna. Todo por la obra de Jesús en la cruz.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


Imagine por un instante que lo invitan a una fiesta elegante. Se prepara con tiempo, compra un traje, se arregla como nunca antes. Llega a la recepción. Todos entran. Pronto la fila se disuelve y justo cuando llegan usted, le dicen: “Lo sentimos, pero no puede entrar”.

Recibí invitación… —musita con algo de desilusión.

Sí, pero usted no es cercano a la familia…–El encargado de abrir la puerta, es inflexible.

–¿Podría buscar mi nombre en el listado? —pregunta usted, con cierta esperanza.

Hagámoslo, aunque comprobará que no es un invitado. Dígame su nombre…–Tras recibir su identificación, comienza a buscar en el registro de quienes recibieron tarjeta y justo en las últimas líneas, su nombre.

Qué extraño, pero sí, aquí figura… Siga por favor…–le dice, mientras que, con una amplia sonrisa, le abre la puerta. ¡Ahora usted está dentro!

Eso mismo, en la práctica, es lo que ocurre con usted. Por la obra de Jesús en la cruz, está ahora en la gracia de Dios. Y eso es maravilloso.

El apóstol Pablo lo deja claro en los siguientes términos:

«Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe. Esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios y no por obras, para que nadie se jacte.» (Efesios 2: 8, 9 | NVI)

El reconocido teólogo, Matthew Henry, escribió:

«Todo pecador convertido es un pecador salvado; librado del pecado y de la ira. La gracia que salva es la bondad y el favor libre e inmerecido de Dios; Él salva, no por las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús. La gracia en el alma es vida nueva en el alma. Un pecador regenerado llega a ser un ser viviente; vive una vida de santidad, siendo nacido de Dios: vive, siendo librado de la culpa del pecado, por la gracia que perdona y justifica.»

Si no fuera por la gracia divina, estaríamos condenados por siempre, ya que por buenos que nos propongamos ser, jamás alcanzaremos el nivel de perfección que la Ley demanda.

En palabras sencillas, a pesar de nuestra maldad, fuimos creados de nuevo—por la gracia—conforme al plan original del Padre:

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica.” (Efesios 2: 10 | NVI)

¿Se da cuenta? Al ser nacidos de nuevo, es posible hacer las buenas obras—no perfectas, por supuesto—que siempre deseamos, pero que nos resultaban imposibles porque dependíamos de nuestras propias fuerzas y no de Dios.

ENTRAMOS A LA FIESTA

A la fiesta solo podían entrar los judíos, es decir, a la presencia de Dios. Claro, ellos son el pueblo escogido (Deuteronomio 7: 6, 7). Nosotros como incircuncisos, solamente teníamos la expectativa de ir al infierno.

No obstante, la obra redentora de Jesús nos incluyó en el listado de invitados. ¿Es maravilloso porque entramos, sin mayor esfuerzo! Nuestro Salvador hizo posible, lo que resultaba imposible en nuestras fuerzas.

Cuando leemos el Antiguo Testamento descubrimos que estar en la presencia de Dios era un privilegio de pocos. Sólo aquellos a quienes Él se los concedía.

Sinnúmero de judíos se sometían a rituales y sacrificios para agradar al Supremo Hacedor y obtenían así Su favor. Todo se circunscribía a las obras.

Pablo describe esa situación que a la postre podía resultar dramática:

“Por lo tanto, recuerden ustedes, los que no nacieron siendo judíos —los que son llamados «incircuncisos» por aquellos que se llaman «de la circuncisión», la cual se hace en el cuerpo por mano humana—, recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.” (Efesios 2: 11, 12 | NVI)

Para quienes no eran judíos resultaba imposible pertenecer a Israel, el pueblo escogido.

Si para los israelitas era complicado recibir el perdón de sus pecados y ser, cuánto más a quienes pertenecían a otro pueblo. Sin embargo, la historia cambió. El Señor Jesús hizo posible el perdón de pecados en el Gólgota, al morir por todos nosotros.

Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.” (Efesios 2: 13| NVI)

La sangre de Cristo marco la diferencia. Nos hizo libres, salvos, trajo perdón y nos asegura la vida eterna. Una obra integral.

DIOS MORA EN NOSOTROS

La gracia nos hace aceptos delante del Padre. Es una demostración de su infinito amor. Ahora somos parte del pueblo escogido. Lo que nos impedía llegar al Padre, cayó por tierra.

En palabras del apóstol Pablo:

“Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, pues anuló la Ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad. Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca.” (Efesios 2: 14-17 | NVI)

La eternidad ahora es posible para usted y para mi, que formamos parte de Su pueblo escogido.

Aprecie lo maravilloso de la enseñanza a los creyentes de Éfeso y a nosotros hoy:

Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu.” (Efesios 2: 18 | NVI)

El Espíritu Santo habita en nosotros. Estamos en la presencia de Dios y Dios está en cada uno. Lo imposible, se hizo posible. Ahora somos parte de la familia del Señor, como lo enseñan las Escrituras:

“Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos del pueblo elegido y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular. En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu.” (Efesios 2: 19-22)

Observe cuidadosamente que, de acuerdo con las enseñanzas del apóstol Pablo:

  • Ahora no somos extraños ni extranjeros en cuando a la ciudadanía de Dios.
  • Formamos parte del pueblo santo.
  • Entramos a formar parte de la familia de Dios.
  • Nuestro crecimiento es fruto de estar asidos a Cristo.
  • Por el Espíritu Santo, ahora somos morada del Padre.

Puede que al mirarnos al espejo no veamos nada especial, ni sintamos que algo extraordinario ocurrió. No obstante, cuando estamos en la gracia de Dios, somos nuevas criaturas.

En estos momentos Él nos ve santos y justos por la obra de Jesucristo en el madero.


Escuche Aquí las transmisiones diarias de Vida Familiar