Retomar los orígenes bíblicos de la familia para superar la crisis

Es esencial construir la familia en el plan de Dios.

Es imperativo que evaluemos cómo se encuentra nuestro hogar y, tras un análisis honesto, identificar en qué estamos fallando y cuáles son los correctivos que debemos aplicar, con ayuda de Dios.


Fernando Alexis Jiménez | Editor Familias Sólidas


¿Cuál es el problema que enfrentan las familias y que resulta común en nuestra sociedad? Podríamos citar dos factores, no solo uno. El primer de ellos, la carencia de principios y valores, y el segundo, la falta de liderazgo por el desconocimiento de los roles que asisten a los componentes de la pareja.

Aunque duela reconocerlo, los esposos han dejado el ejercicio de dirigir, proveer y proteger, lo cual trae como consecuencia un desbarajuste al interior del hogar.

El autor cristiano, Richard D. Phillips, lo detalla en los siguientes términos:

“Un esposo está llamado a cuidar de su esposa emocional y espiritualmente. No se trata de un aspecto secundario de su llamado divino como esposo, sino que es fundamental y central en la convocatoria que nos hace Dios en nuestro desenvolvimiento, en este caso masculino, en el matrimonio… Dios ha dado el llamado primordialmente para que el esposo brinde cuidado espiritual y emocional, y es necesario reconocerlo: muchos no logran hacerlo.”

Como consecuencia, la mujer enfrenta inseguridad y en ocasiones, avanza en el día a día sin saber adónde se dirigen todos los componentes de la familia. La otra cara de la moneda es que muchas veces el esposo toma decisiones, pero no la consulta en pareja, lo que, a su vez, también resulta complejo y desalentador.

VOLVER A LOS ORÍGENES

Una de las rutas que debemos seguir, es volver a los orígenes. Consultar el Libro sagrado y encontrar es sus páginas, comenzando por el Génesis, pautas para nuestra cotidianidad, así como la ruta que debemos seguir.

1.- El hombre tenía la capacidad de ejercer dominio

Cuando abrimos las primeras páginas de las Escrituras, nos encontramos con una tarea esencial encomendada al hombre:

“El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo cuidara.” (Génesis 2: 14 | NBLA)

Observe cuidadosamente que tenía una misión específica qué atender. No vino a la tierra sin un propósito, por el contrario, con una meta que Dios trazó desde la eternidad.

2.- El hombre tenía autoridad delegada

Si Dios nos encomienda una tarea, nos concede la autoridad para que podamos ejercerla a cabalidad. Igual ocurre en nuestro desenvolvimiento al interior de la familia.

3.- El hombre fue creado con libertad para decidir

La visión de la gracia no deja de lado una realidad: Adán podía escoger. Y, por supuesto, en su soberanía, el Señor sabía que se equivocaría. No era Su propósito que el primer hombre fallara, el problema radica en que Él no supo, como criatura, asumir la responsabilidad.

4.- El hombre podía vivir eternamente

Fue el pecado el detonante de la caída y, al mismo tiempo, el causante de la muerte que, originalmente no estaba en los planes de Dios ni para Adán ni para su descendencia.

5.- El hombre tenía intimidad con Dios

Por la lectura del pasaje descubrimos que se relacionaba con el Señor sin mayores dificultades. Le hablaba y el Padre celestial le respondía. No existían barreras.

APLICAR AJUSTES

Cuando anhelamos que la familia se afirme en Cristo, es imperativo que nos evaluemos y, en segundo lugar, apliquemos correctivos con ayuda de Dios. No es en nuestras fuerzas, sino en Su poder. Él nos ayuda en el proceso.

“Porque sol y escudo es el Señor Dios; gracia y gloria da el Señor; nada bueno niega a los que andan en integridad.” (Salmo 84: 11 | NBLA)

Si caminamos de Su mano, apropiándonos de la gracia que nos permite ser perdonados de los pecados y tener vida eterna, el Señor nos guiará en el camino que debemos seguir en la relación familiar.

Aquí hay dos elementos que debemos resaltar, en consonancia con el pasaje bíblico:

  • Dios nos concede gracia y gloria.
  • Dios nos bendice.

Si decidimos volver a los orígenes, lo haremos reconociendo la necesidad de asumir apropiadamente nuestros roles al interior de la familia, identificar en qué hemos fallado y disponernos a corregir, insistimos, con la ayuda de Dios.

NO SOMOS INDEPENDIENTES

En la familia, no somos independientes. Por el contrario, dependemos unos de otros. Eso es maravilloso porque nos permite crecer. El problema real es cuando asumimos la independencia porque caemos en esa frontera peligrosa que separa la autosuficiencia del egoísmo.

Al buscar en los comienzos de la familia, leemos:

“El hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a todo animal del campo, pero para Adán no se encontró una ayuda que fuera adecuada para él. Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y este se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. Y el hombre dijo: «Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne. Ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada».  Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Génesis 2:20-24 | NBLA)

La conclusión sencilla a la que podemos llegar es muy práctica: la familia es una institución divina, nace en Dios y se afianza en Dios. Y es por disposición del Creador, que el hombre y la mujer unidos en matrimonio, son una sola carne.

Ese es el plan original de Dios que fue pervertido por la caída del hombre en el pecado. No obstante, por la obra de gracia, todos nuestros pecados fueron perdonados en la cruz. El Señor Jesús con su sacrificio, lo hizo posible.

Como consecuencia de la redención, no solamente es posible volver al comienzo, sino—además–, en victoria.

LA RAZÓN DE LAS CRISIS

Las crisis en los matrimonios son naturales y previsibles. Ahora, se aumentan cuando no tenemos a Dios morando en nuestras vidas y, más aún, cuando lo tenemos ausente del gobierno de la vida familiar.

En esa dirección son esenciales al menos tres cosas:

  • Dejar de lado el orgullo que nos lleva a pretender ganar siempre las diferencias que tengamos con los miembros de la familia.
  • Desarrollar paciencia tolerancia con el cónyuge y con los hijos.
  • Permitir que el amor de Dios en nuestras vidas, nos lleve a experimentar el bienestar en diferentes áreas, lo que incluye la relación con el cónyuge y con los hijos.

Por temor, escepticismo o quizá por una actitud reacia, infinidad de personas se resisten a abrirle las puertas de sus vidas y de su hogar a Dios. Sin embargo, cuando lo hacemos, el curso de la vida en familia experimenta transformación:

“Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en Sus caminos.  Cuando comas del trabajo de tus manos, dichoso serás y te irá bien.   Tu mujer será como fecunda vid en el interior de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa.  Así será bendecido el hombre que teme al Señor.” (Salmo 128: 1-4 | NBLA)

En ese orden de ideas, si Dios es quien gobierna en casa y dejamos de lado nuestra pretensión de controlar todas las cosas, demostraremos respeto por el cónyuge y los hijos; enseñaremos a los hijos a asumir su cuota de responsabilidad por lo que hacen; transferiremos a todos en el hogar seguridad, protección y amor y dejaremos de lado todo propósito de controlar a los miembros de la familia.

No es en nuestras fuerzas, no nos cansaremos de insistir, sino por el poder ilimitado de nuestro Padre celestial que sabe de qué manera hacerlo todo y llevarnos a un nivel de crecimiento en el ámbito familiar.

@FernandoAlexisJiménez


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